Puede que el intenso debate que se vive en los últimos tres años sobre el modelo de ciudad afecte sobre todo a las grandes urbes del mundo, donde millones de seres humanos se afanan por mejorar su calidad de vida tratando de conciliar su actividad laboral y personal. Sin embargo, la preocupación por la planificación urbanística de las megalópolis también tiene interés para ciudades o entornos con menor densidad de población como el nuestro.
Los expertos dicen que la pandemia y el obligado aislamiento de la ciudadanía terminó por sacar a la luz los defectos de los planeamientos urbanísticos anteriores y el deterioro del parque de viviendas. De repente, se cayó en la cuenta de que los automóviles poseen un protagonismo excesivo, que se casi se ha acabado con el comercio de proximidad y que apenas existen relaciones entre los vecinos de cualquier barrio.
Asimismo, se han hecho patentes las limitaciones en cuanto a luz, ventilación, espacio interior o ineficiencia energética, que han provocado que miles de personas aspiren a habitar inmuebles más espaciosos y saludables.
En cuanto a las viviendas, lo cierto es que las construcciones actuales resuelven muy bien las carencias de inmuebles más antiguos, tanto en su distribución como en los aislamientos y el consumo energético. Y, poco a poco, se modernizan los bloques de más años para mejorar su habitabilidad.
Sin embargo, los problemas del entorno urbano continúan como asignatura pendiente y de difícil solución en el corto plazo. Porque así como es posible introducir los nuevos conceptos de ciudad en las nuevas urbanizaciones, transformar superficies consolidadas requiere más tiempo y recursos.
En todo caso, resulta esperanzador comprobar que ya se toman iniciativas para dignificar la vida urbana. Paso a paso se recuperan las calles para los peatones, se fomenta el uso de la bicicleta y el transporte público y se incrementan exponencialmente las zonas verdes. No obstante, se está antojando más difícil rescatar los espacios para fomentar la buena vecindad.
A juicio de los especialistas, esta es la gran asignatura pendiente. Se considera que la presencia de comercios y servicios básicos, y la adecuación de lugares de interacción social son fundamentales para lograr la cohesión. No hay que olvidar los cambios en las dinámicas laborales, mucho más exigentes, los distintos modelos de convivencia y, sobre todo, la transformación del consumo, ha conducido a que se haya perdido la vida en los barrios. Por eso se proponen fórmulas para revitalizar esos lugares.
La ciudad de los 15 minutos
La iniciativa más popular en los últimos tiempos es la denominada «Ciudad de los 15 minutos». Impulsada por el urbanista Carlos Moreno y puesta en práctica en capitales como París, Barcelona, Buenos Aires o Bogotá, propugna que en la distancia simbólica de quince minutos a pie, el ciudadano tenga a su alcance todo lo necesario para vivir: el colegio, el centro de salud, el polideportivo, el parque, las tiendas de primera necesidad y los lugares de ocio
En el fondo, no es una idea nueva, porque los barrios céntricos, antes de la extensión de la automoción, mostraban tales características. Sin embargo, se perdieron con los nuevos desarrollos de la periferia, donde ha predominado el concepto de ciudad-dormitorio, en el que los residentes solo acuden a su casa después de una larga jornada de trabajo para la que han tenido que desplazarse.
Y algo parecido ha ocurrido, incluso agravado, en las urbanizaciones de unifamiliares. Los habitantes apenas se relacionan con sus vecinos y llevan un estilo de vida distinguido por la celosa intimidad en el hogar y el movimiento en vehículo privado. Desde el punto de vista urbanístico, no pocos profesionales consideran además que este último modelo es demasiado costoso en el plano económico y medioambiental como para que siga incentivándose.
Por otra parte, en los lugares céntricos se ha producido en los últimos años la llamada gentrificación, por la que, entre otros factores, el precio del metro cuadrado ha subido tanto que quienes disponen de menos recursos son expulsados del centro de las ciudades. Ciudades a las que, asimismo, la expansión del turismo ha añadido una gran presión en sus modos de convivencia.
Hacia la ciudad feliz
Así y todo, como apunta Charles Montgomery en su libro Ciudad Feliz, recién publicado en España, parece que somos más felices cuando vivimos en entornos manejables y con un cierto grado de concentración urbana. Según la investigación que ha realizado en varios lugares del mundo, concluye que los seres humanos alcanzan un mayor grado de dicha en zonas de más densidad urbana, en viviendas en altura y con espacios públicos donde encontrarse y compartir su día a día.
En estas circunstancias, y antes que que los problemas se agraven, se proponen diversas ideas, algunas de las cuales se están poniendo en práctica:
La primera, diseñar urbanizaciones equilibradas, que alberguen un número suficiente de viviendas y habitantes para que sea rentable, económica y socialmente, la presencia de dotaciones, comercios y servicios cercanos y accesibles a los ciudadanos sin necesidad de grandes desplazamientos. De acuerdo con ello, se antepone la construcción en altura frente al modelo extensivo de unifamiliares, que crea barreras para la integración social y tiene un mantenimiento más costoso.
Relacionado con lo anterior, se recomienda que en la concepción de los barrios haya áreas de encuentro, locales comerciales dentro de los inmuebles y amplias zonas verdes y de esparcimiento. Obviamente, también se prefiere fomentar una movilidad más sostenible, con prevalencia de las vías peatonales, los carriles bici y el uso del transporte colectivo para los desplazamientos más largos.
Y, en tercer lugar, se insiste en la idea de diseñar lugares donde los individuos puedan relacionarse con regularidad, aunque no sean siempre vínculos profundos. Como señala un experto, «Las personas son más felices cuando llevan una vida conectada y pueden establecer relaciones casuales pero regulares con la gente que conocen a través de la simple proximidad residencial. Las opciones de diseño urbano para abrir o cerrar puertas de la sociabilidad son esenciales: debemos construir ciudades que tejan la comunidad».